Un verdadero pensador sabe que no existen las preguntas definitivas, ni
las respuestas terminantes. Un verdadero pensador no se acomoda en mullidas
interpretaciones de la realidad; huye de todo dogmatismo, encontrando
debilidades a sus argumentos… El arma más devastadora de cualquier poder
despótico, sobre todo cuando se disfraza de demócrata, contra un pensador, es convertir a este en
una institución. En ese preciso instante, el pensador está acabado.
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