Si un sindicalista baja a la mina junto con sus compañeros, resulta
creíble cada vez que abre la boca para dirigirse a ellos, que
lo ven sudar en cada heroica jornada laboral. Resulta creíble, repito,
porque sus palabras quedan respaldadas por su comportamiento ejemplar de
verdadero compañero sindicalista (entre los mineros, el significado de la
palabra compañero aún coincide con el que recoge el diccionario de la RAE), que
no podrá ser acusado de afiliarse al sindicato de turno para escurrir el bulto
y no bajar al durísimo tajo. Los mineros, como hombres maduros que son, prestan
atención a los actos, y después a las palabras.
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