En toda revolución nunca falta ese jovencísimo aristócrata, mimado,
revoltoso (“Nunca me he llevado bien con papá”.) y plenamente consciente de que
en cuanto se canse de juguetear, le espera un comodísimo sillón en el consejo
de administración de una empresa todopoderosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario