A día de hoy, si alguien quiere ascender en un partido político y llegar hasta el Congreso, ha de estar dispuesto a dar puñaladas bajas a quien sea menester, y, por supuesto, a esquivar las puñaladas que a él lo busquen. De tal forma que en el momento en que sea nombrado Diputado, habrá alcanzado tal grado de maestría en el arte de apuñalar y esconder la mano, que cuando, en su primer discurso, se ponga en la boca palabras como honradez, ética o decencia nos tendremos que tapar la nariz, aunque lo estemos viendo en el televisor.
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