El trabajo sin rechistar. El trabajo a cambio de una palmadita en la
espalda: “buen chico”. El trabajo sin horizontes de futuro habitables. Esclavitud
recogida en el BOE. El trabajo hasta reventar en un charco de sangre. El miedo
permanente a un arrebato del amo, porque bastará con un arrebato para
justificar la patada en el culo. Marionetas laborales al borde del precipicio. El
trabajo realizado a golpe de histérica, despótica, corneta. El trabajo indigno
para un ocio más indigno aún. El miedo otra vez. El miedo siempre. El miedo que
se transmite como la peor de las pestes. En la palestra padres e hijos, madres
e hijas, padres e hijas, madres e hijos, hermanos compitiendo como bestias por
un pedazo de pan precongelado. El hombre es una tecla que alguien pulsa con
guantes de látex. Pueblo obediente.
El Gobierno versus el pueblo. ¿Y cuándo no fue así?
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