Vaya por delante que los miembros de esta subespecie humana no
pertenecen a una clase social determinada. Podemos encontrarlos en todas y cada
una de ellas, independientemente de su nivel de ingresos u ocupación, da igual
que vistan ropa adquirida en el hipermercado chino de su barrio o de Armani (los
obreros que la fabrican suelen coincidir en el mismo cuchitril infecto de un país emergente). A
los pocos segundos de tratar con uno de estos personajes siniestros comprobamos,
horrorizados, que se siente indecentemente orgulloso de su repelente vulgaridad.
Hasta ese momento no habíamos conocido a nadie que exhibiera su ignorancia con tamaña
desfachatez. Despreciador de todo lo que suene a cultura, puede hacer afirmaciones
chulescas tan sesudas como: yo no he leído un puto libro en mi puta vida, ni
pienso leerlo, y tengo una casa y un coche mejores que los tuyos, pringao. En
los últimos años han proliferado los programas de televisión protagonizados por
esta gentuza. Y es que los miembros de la temible chusma se cuentan por miles (y
creciendo), y cada vez tienen más influencia en el devenir de la realidad. Inexplicablemente, tienen derecho al voto…
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