Son ciertas decepciones infantiles, o algunos tropiezos adolescentes,
cuyas heridas, ni han cerrado ni
cerrarán jamás, y que nos acompañarán hasta la muerte, lo que nos mueve a
recrear la realidad en un papel en blanco. Como un notario que da fe de la no conformidad
con ciertos episodios de nuestra vida (donde la realidad se manifestó, por
primera vez, como un muro infranqueable, o donde alguien nos abofeteó aprovechando
que, ingenuos, no íbamos en guardia), el escritor niega el carácter definitivo
de dichos episodios traumáticos. Es por esto que inventa una realidad literaria
que repare unas vivencias que aún siente como inaceptables. Paradójicamente, la
literatura es una gran reparadora de entuertos irremediables…
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