jueves, 1 de junio de 2017

Todas las mañanas se paseaba con un ejemplar de The Times (las malas lenguas aseguran que siempre era el mismo) por la calle mayor de una ciudad mediterránea. No sabía inglés, pero vestía aproximadamente como un gentleman. A punto de cogerle el tranquillo al vaivén del paraguas, murió con puntualidad británica a la hora del té que no tomaba porque le sentaba como un tiro. 

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