lunes, 26 de junio de 2017

Trae golondrinas, libélulas, salamandras. Abre la boca y echan a volar. No estas últimas, por supuesto, que, ya en el suelo, se quedan paralizadas, tal vez incrédulas por haber sobrevivido, ilesas, entre los dientes de Rita, gata que nos tiene fascinados. Llegó una noche, hace dos años, sucísima y famélica, huyendo de una catástrofe… En invierno, mete una pata en el cuenco para comprobar la temperatura de la leche, y si no le convence, me mira como diciendo: “Sé que lo puedes hacer mejor”. No se fía de los humanos. “Traumas infantiles”, asegura la veterinaria. Ni que decir tiene que yo le caliento la leche. A la gata, no a la veterinaria. 

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