LA COLA
La cola para entrar en el restaurante de moda, donde los camareros trabajaban
doce horas diarias sin contrato y el cocinero dormía en un mugriento jergón en
la cocina, rodeaba el término municipal de la ciudad. Con el estómago lleno, los
hipócritas comensales acudían a ruidosas manifestaciones y se desgañitaban
reclamando el debido reconocimiento por los pisoteados derechos humanos.
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