Que sentir puede más en nosotros que pensar lo prueba el hecho de que
cuando odiamos a alguien, no sólo no le concedemos el beneficio de la duda,
sino que no le damos ni agua, aunque estemos en mitad de un río transparente.
Sin embargo, cuando amamos a alguien, nos sentimos capaces de desalar el mar
para ofrecerle toda el agua potable que necesite, aunque ni siquiera nos haya
insinuado que tiene sed.
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