martes, 9 de junio de 2015

Cuando vamos en un ascensor no tocamos temas espinosos y resbaladizos, como la política, turbia e innoble, o el fútbol, idolatrado y omnipresente. Nos limitamos a sonreír con monosílabos, o a refugiarnos en el móvil; nos fijamos en un punto obsesivamente, como queriendo taladrarlo, o intentamos ligar, haciéndole gracietas a un niño en carricoche: “Tú hijo es muy guapo. No me extraña…”.

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