Uno de mis pasatiempos favoritos cuando viajo en autobús es ceder el
asiento a las viceversas y a los viceversos. Ellas me sonríen como si yo fuera
del siglo XVI, aunque no sepan números romanos, que no saben, ni del siglo XVI,
que tampoco, y se sientan; ellos me miran guasones y permanecen en pie (algunos
me perdonan la vida con su mirada bovina), y yo echo de menos no poder fumar,
para echarles el humo en la cara, como mi admirado Bogart.
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