A falta de vocación, nos pegaba. Mi padre, midiendo muchísimo menos que
él, le advirtió que si volvía a abofetearme lo pagaría caro. Era un gigantón
energuménico tirando a sádico. Un mamarracho que disfrutaba acariciando su
preciosa flauta de madera… Como yo no aspiro a la santidad, le deseo una muerte
lenta, lentísima, y dolorosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario