viernes, 24 de mayo de 2013


Últimamente oigo mucho eso del "pícaro Urdangarín". Es evidente que su comportamiento se ajusta como un guante a la definición que da de pícaro el diccionario de la RAE. Ahora bien, no hay que confundirlo con el pícaro de la novela picaresca, de la que soy devoto.  Ese pícaro (un desgraciado) aspira a comer caliente y a tener un sitio donde caerse muerto. Continuando con el símil, Urdangarín aspira a poder darse el capricho de tirar la comida a la basura, a costa de impedir que otros coman. Porque la malversación de caudales públicos supone que el dinero trincado ya no se utiliza en proyectos necesarios para los ciudadanos. Y así nos vemos.

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