Nos encantaba explorar caserones abandonados: antiguas quintas de
veraneo, muchas de ellas de principios del siglo XX. Una tarde, en una de
aquellas incursiones furtivas y excitantes, encontramos a un hombre ahorcado de
una higuera. Nos quedamos mirándolo, no recuerdo si por curiosidad o por terror,
o quizá por ambas cosas. Yo grité, brutal y desafiante: “¡A ver quién tiene huevos
a apedrearlo!”. Dios me perdone. Huimos, dando alaridos, a los brazos de
nuestras madres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario