sábado, 4 de julio de 2015

Nos encantaba explorar caserones abandonados: antiguas quintas de veraneo, muchas de ellas de principios del siglo XX. Una tarde, en una de aquellas incursiones furtivas y excitantes, encontramos a un hombre ahorcado de una higuera. Nos quedamos mirándolo, no recuerdo si por curiosidad o por terror, o quizá por ambas cosas. Yo grité, brutal y desafiante: “¡A ver quién tiene huevos a apedrearlo!”. Dios me perdone. Huimos, dando alaridos, a los brazos de nuestras madres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario