Era una persona maravillosa, pero yo, estúpido incapaz de incorporarla a mi futuro, la escupí de mi presente. Esta tarde la he vuelto a ver y, tras saludarnos desde lejos, lejísimos, me ha gritado que tenía mucha prisa y que no se podía parar a hablar conmigo. Me ha dejado en la garganta kilómetros de preguntas inútiles y toneladas de arenas movedizas. Yo, atornillado a la acera, fantoche hasta la médula.
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