domingo, 24 de febrero de 2013



Ayer terminé de leer El barón rampante, espléndida novela de Italo Calvino. La  he leído solo por las noches (cada lectura tiene su momento), muy despacio, cuando la casa queda en absoluto silencio. Este silencio se ha llenado con las mágicas vicisitudes de Cósimo Rondó, protagonista de esta maravillosa historia, con sus sueños de niño que se niega a madurar en el peor de los sentidos, con sus fascinantes extravagancias, con su insaciable afán por conocer todos aquello que dignifica la vida humana. En ese silencio he oído la risa de Viola (“de oro y miel”), amada de Cósimo, un personaje imprescindible en la vida de éste, que le enseña algo fundamental, a saber: el amor, cuando se acomoda, empieza a morir…Por ello Viola mortifica a Cósimo, coqueteando con otros hombres, para que el amor de éste no pierda frescura. Él lo comprende tarde, una vez que la ha perdido para siempre. Lo hombres y las mujeres, ¿seremos capaces de entendernos algún día, verdaderamente? La decisión de este hombre de vivir en los árboles, preciosa metáfora de su elección de ser libre, la mantiene hasta el final de sus días, e incluso abraza la muerte de una forma tan consecuente como hermosa.

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