EL MAQUINISTA
Escurrir el bulto, echar balones fuera, “a mí que me registren”, y
contar milongas para eludir responsabilidades (sobre todo entre la privilegiada
casta política) eran tradiciones arraigadas en el país donde aquel hombrecillo
se plantó delante del juez y declaró sin pestañear:
-Me quiero morir, señoría. Yo soy el responsable del accidente; me
despisté. Lo siento mucho.
El juez lo miró durante unos segundos, sin dar crédito a lo que estaba
oyendo. Horrorizado ante tanta
sinceridad, lo sentenció a permanecer
oculto y en silencio durante los próximos cien años. No debía cundir su
ejemplo.
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