El profesor entra en el aula, saluda con un rutinario “Buenos días”, saca de su cartera una imponente Glock y la coloca sobre su mesa. Sus alumnos se quedan
petrificados cuando ven la pistola, tan rotunda como inesperada. El profesor se
acerca a la pizarra y la limpia con el borrador. Una vez que ya no queda ni
rastro de tiza, se gira y exclama entusiasmado: “La lección de hoy versa sobre
un hito histórico. A partir de ayer, el sagrado derecho que tenemos los
ciudadanos de este glorioso país de portar armas como sistema de autoprotección
personal nos confiere a nosotros los profesores de nuestra querida Dakota del
Sur autoridad para impartir nuestras clases respaldados por una maravilla
como la que está encima de mi mesa. Decid conmigo: Dios guarde a América”.
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