La noticia dice así: “La falta de agentes
permite “irse de rositas” a los bañistas que se saltan la prohibición de
meterse al agua y ponen en peligro a los socorristas”. Voy a contar un bonito
cuento. Cuento que se repite todos los veranos en la Costa Mediterránea. El
personaje principal es un tipo musculoso que se lleva de calle a todas las
nenas de la piscina de su edificio. Es fundamental tener en cuenta que este espécimen
de tonto vive en una población del interior de España. Su idea del Mar
Mediterráneo es que se trata de un mar prácticamente de juguete: él ha visto
muchos mapas que confirman su diagnóstico. Un mar pequeñajo, vamos a decirlo
claro. Qué coño. Cuando llega el verano, este espabilao se presenta en
Cartagena, por ejemplo, dispuesto a bañarse en ese mar tan bonito e inofensivo.
La primera vez que va a la playa se encuentra con que el oleaje es de tres
pares de cojones, con una resaca capaz de arrastrar a Falete recién comido. La
peligrosidad del mar está confirmada por la bandera roja, que prohíbe el baño,
pero a este hombre le da igual, porque él es un experto nadador de piscina
comunitaria. Lo que ocurre a continuación es un ejemplo de la noticia del
periódico. El tipo se dispone a entrar en el mar. El socorrista lo ve y le
advierte de que la bandera roja indica que el baño está prohibido (prohibido
para los tontos, no recomendado para las personas razonables, piensa el
socorrista), pero el tipo, que es un armario, lo fulmina con la mirada. El socorrista
recula de inmediato: no está entre sus atribuciones pelear con un imbécil. Ahora viene lo previsible. (Yo he sido testigo presencial
en más de una ocasión). El energúmeno entra en el mar, da unas cuantas
brazadas, y cuando viene a darse cuenta de que ya no es capaz de volver atrás,
ya es demasiado tarde. Traga agua varias veces (esta parte me encanta) de tal
forma que siente en sus carnes, repletas de anabolizantes, aquella bonita
metáfora: echar las tripas por la boca. (Tranquilo chaval, es solo una metáfora, pero
jode cantidad). En ese momento, el socorrista se lanza al agua, y se juega la
vida por este trozo de carne con ojos que pide auxilio agitando los brazos. (¿Dónde
se ha metido el tipo duro que estaba hace un momento en la arena?) El
socorrista, que sí sabe nadar, lo saca del mar (se lo arrebata a la muerte) y,
una vez en la arena, es cuando este elemento se va de rositas porque aunque la
multa que le tocaría pagar es de 150 euros, al no haber agentes que lo
sancionen, no paga nada. Eso sí, se va con los huevos en la garganta. Jajaja.
Feliz verano, amigos.
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