Nuestras madres nos advertían: “No quiero volver a verte junto con ese. La próxima vez no te lo digo con la
boca”. (Hoy en día ese es concejal, o
subsecretario de algo, pero esa ya es otra historia). Nosotros no hacíamos caso,
claro está (teníamos ocho o nueve años), y luego venían las “madres mías”,
nunca mejor dicho: varios alpargatazos certeros, las inevitables lágrimas y el
correspondiente arresto domiciliario. Pero en nuestro código pandillero existía
una diferencia fundamental entre el niño cuya madre lo pillaba in fraganti,
carcajeándose con ese, y se obstinaba
en negar lo evidente, y aquel otro que, tras reconocer su desobediencia,
aguantaba el chaparrón materno estoicamente. Al primero lo considerábamos tonto
del culo, pues nosotros sabíamos que
nuestras madres formaban una red de espionaje que ríete tú del MI6. Por lo
tanto, cuando tu madre te encontraba jugando a las canicas con ese lo más inteligente que podías hacer era
agachar la cabeza y caminar delante de ella, sin rechistar, en dirección a tu
casa. Imaginemos a Rajoy ante su mami:
-Te dije que no te juntaras con Luisito.
-Sí, pero yo no voy con ese niño; él se empeña en ir conmigo. Te lo
juro.
-¿Vas a negar lo que he visto con estos ojos que se van a comer los
gusanos? Delante mía inmediatamente, y no jures en falso, Mariano, que te doy
un zapatillazo. Te he dicho miles de veces que a los niños que mienten los
castiga el Señor. Cuando venga tu padre se te va a caer el pelo. Por lo pronto,
despídete de los bocadillos de Nocilla.
-Porras.
Luisito se parte de risa mientras lo ve alejarse…
No hay comentarios:
Publicar un comentario