Me he pasado toda la noche matando pedantes. Antes de acabar con ellos,
les he impuesto silencio durante cinco minutos, uno a uno. He disfrutado lo
indecible viéndolos callados, sin sus insufribles aires de grandeza, sin su
magisterio lleno de suficiencia, sin su vanidad insustancial. ¡Ah, verlos
callados de una puñetera vez, y después suprimirlos! Inigualable placer. Tan inigualable
como mi sorpresa cuando, tras despertar, he salido a la calle y he comprobado, ¡qué
pesadilla!, que ahí siguen, ensuciando el mundo.
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