martes, 8 de octubre de 2013

Reconozco que no fui capaz de hallar otra forma de resolver el terrible conflicto que se libraba dentro de mí: el ferviente deseo de leer los libros que tú vendías y el hecho incontestable, doloroso, de no tener dinero para comprarlos. Reconozco que hurté todos aquellos que me susurraron al oído: “Estoy hecho para ti”. Lo siento, amigo. Te aseguro que he intentado que los libros que me llevé, al borde del infarto, de tu maravillosa librería me convirtieran en una persona mejor. Gracias por fingir tan bien que no te dabas cuenta. 

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