Estos días investigo acerca
de las vidas de dos personas diametralmente opuestas. Italo Calvino (Santiago
de Las Vegas, Provincia de La Habana, Cuba, 15 de octubre de 1923 - Siena,
Italia, 19 de septiembre de 1985) y Alfredo Ignacio Astiz ((Mar del Plata, 18
de noviembre de 1951). Con una serie de frases de cada uno de ellos nos podemos
hacer una idea de cómo fue, en el caso de Calvino, y cómo es, en el caso de
Astid. Italo Calvino luchó en las legendarias Brigadas Partisanas Garibaldi
contra los nazis. Astid perteneció al infame Grupo de Tareas 332 con base en la
siniestra ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). Calvino fue uno de los
mejores escritores italianos del siglo XX. Astid fue delator entre las madres
de Plaza de Mayo, torturador y asesino de personas inocentes, en absoluta indefensión, durante la Dictadura Argentina. Calvino es un ejemplo de excelencia humana, intachable
en hechos y palabras. Astid pertenece a las alcantarillas de la Historia, a una
de las caras más tétricas de ese complejo poliedro que es el ser humano. Sí,
este indeseable también es un hombre, mal que nos pese… Mientras leo El barón
rampante, que recomiendo leer junto al mar, imagino a Calvino, ametralladora en
mano, enfrentándose a unos hombres que pertenecieron a la misma camada de
hienas que Astid, cuarenta años antes de que este militar cobarde ejerciera su
infecto poder en tierras argentinas. Lo que ya me cuesta más es imaginarme a
Astid aguantándole la mirada a Calvino, ellos dos solos…
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