Para Enma y Germán
Unamuno abogaba por una república civil, laica y social. En cuanto al
aspecto laico de la república, que es el que me interesa tratar ahora, dice
Unamuno: “laica, que no quiere decir irreligiosa porque las cosas de religión
pertenecen a lo más íntimo de la conciencia del hombre”. Efectivamente, considero
que todo lo relativo a la religión tiene que quedar reducido al ámbito de lo
privado. Nunca ha de invadir la esfera de lo público, ni dar cobertura
espiritual a la política…Hemos comprobado que muchas de las evidencias alcanzadas
mediante avances científicos dignifican la vida humana. Contra estas evidencias
que, repito, hacen que nuestras vidas sean más dignas, nada tienen que decir
las creencias religiosas, independientemente del credo al que pertenezcan.
Ahora bien, cuando Unamuno declara que “pertenecen a lo más íntimo de la
conciencia del hombre”, nos está advirtiendo de que no debemos permitir que
dicha conciencia personal sea ridiculizada, calumniada, avasallada o pisoteada. Cuando escucho los
presupuestos de los que se declaran ateos, defendiéndose de los ataques de ministros
cerriles de la Iglesia Católica, no puedo menos que aceptar que tienen derecho
a defenderse de la intolerancia religiosa; tienen todo mi apoyo y simpatía. Pero
cuando veo a esos mismos ateos despreciar abiertamente a personas que no
intentan imponer sus creencias a los demás, que las limitan al ámbito de lo
personal, que viven su fe sin meterse con nadie, mi oposición a esos ateos
despreciativos es frontal. Detesto la arrogancia de quien ha leído cuatro
libros que lo han vuelto más tonto de lo que era antes de leerlos, detesto las
miradas por encima del hombro de los matones del pensamiento y sus estúpidos
sarcasmos que solo buscan hacer sangre, detesto el desprecio y la soberbia de los pseudointelectuales.
Los principios que rigen nuestras vidas no deben servirnos para apedrear a quienes
no piensan como nosotros, sino para hacernos mejores personas. La inteligencia
ha de ser inquisitiva, no inquisitorial.
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