domingo, 14 de abril de 2013


Las armas y las letras


Le encantaba disparar a las fotografías de sus enemigos. Una tarde de domingo, cuando se disponía a hacerlo, comprobó que no tenía munición. Cogió papel y lápiz y anotó: comprar cajas de balines. Mientras hacía esta anotación, se le vino a la cabeza la imagen de uno de sus mayores enemigos, absolutamente aborrecible: su jefe. Escribió su nombre; lo imaginó en bañador (sonrió), entrando en el mar, panzón y grotesco, puro esperpento. Nada que ver con el ejecutivo con su traje a medida de 600 euros (barrigón perfectamente disimulado), obsesionado con mandar. También imaginó a unas chicas deslumbrantes desternillándose de risa al verlo dar los primeros pasos dentro del agua. El lunes no compró las cajas de balines; compró una buena pluma. No ha vuelto a disparar.




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