Las armas y las letras
Le encantaba disparar a las fotografías de sus enemigos. Una tarde de
domingo, cuando se disponía a hacerlo, comprobó que no tenía munición. Cogió
papel y lápiz y anotó: comprar cajas de balines. Mientras hacía esta anotación,
se le vino a la cabeza la imagen de uno de sus mayores enemigos, absolutamente
aborrecible: su jefe. Escribió su nombre; lo imaginó en bañador (sonrió),
entrando en el mar, panzón y grotesco, puro esperpento. Nada que ver con el
ejecutivo con su traje a medida de 600 euros (barrigón perfectamente disimulado),
obsesionado con mandar. También imaginó a unas chicas deslumbrantes
desternillándose de risa al verlo dar los primeros pasos dentro del agua. El
lunes no compró las cajas de balines; compró una buena pluma. No ha vuelto a
disparar.
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