Los perturbados siempre prestos a poner etiquetas despreciativas
a las personas que no piensan como ellos, resultan insoportables, irrespirables,
independientemente de que sus férreas etiquetas tilden a la izquierda o a la
derecha. Los herejes discrepantes etiquetados por estos seres totalitarios quedan
despojados automáticamente de las múltiples dimensiones que constituyen la
personalidad de todo ser humano, y son reducidos a objetos inservibles, prescindibles,
condenados a permanecer en oscuros desvanes de la existencia, cuando no
suprimidos inmediatamente.
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