Servir comida y bebida a todo lo que dé de sí la máquina (antes, camarero
o camarera), de sol a sol, sin contrato de trabajo, o con uno de juguete, diciendo
amén a todo lo que ordene el jefe, sin rechistar ante la pésima educación de
muchos clientes, sonriendo en todo momento, y con la amenaza permanente de ser
desconectado de la cadena de producción en cuanto al amo se le antoje (insisto
en que ya no hablamos de personas, sino de máquinas), son las indignas condiciones impuestas por los piratas hosteleros en la ciudad portuaria en la que vivo. Los
cruceristas inundan las calles atraídos por una oferta turística basada en la
explotación laboral sin cuento y en el sálvese quien pueda empresarial. En esto
consiste la tan cacareada competitividad de la Marca España.
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