PRECIADA LIBERTAD
Finales de 1873. En el patio del Cuartel de Presidiarios y Esclavos de
Cartagena, la siniestra “Casa Negra”, los presos escuchan atentamente las
palabras del férreo director (probablemente su alocución fue bastante más larga
y enrevesada de la que tenemos noticia, que dice así): “Prestad atención,
perros: se os va permitir salir para que luchéis contra las despiadadas tropas que
nos asedian. A todos aquellos que sobrevivan al glorioso combate se les
concederá la libertad definitivamente”. En
un primer momento, los presos no comprenden la extraña oferta; pero uno de
ellos, avispado y respetado por sus compañeros de cautiverio, trata de explicar
a los demás la extraordinaria situación (es creíble que se expresara con palabras
más toscas, pero estas son las que nos han llegado): “Los mismos que nos tienen
aquí encerrados como animales nos hacen una oferta envenenada: nos dejan libres
para luchar, y probablemente morir, por su querellas políticas, que nada nos
importan. Ahora bien, puede que Dios se apiade de alguno de nosotros, y sobreviva
a la inclemente batalla, hallando de este modo la tan ansiada libertad. Yo
prefiero luchar, y vivir o morir al aire libre, a terminar mis días agonizando
en una infecta celda de esta cloaca”. Y entonces los presos, convencidos por
las palabras de su compañero, esperanzados en abandonar aquel infierno penitenciario,
decidieron combatir. Cuentan los historiadores más fiables que, junto a la
marinería, pelearon con bravura hasta el 11 de Enero de 1874, año en que las
tropas centralistas de Martínez Campos entraron en una Cartagena debelada y
hambrienta, arruinada por los devastadores bombardeos, dándose por terminado el
sueño republicano de la Revolución Cantonal.
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