Ave del paraíso.
Pocas mujeres más honestas con nosotros que esta: no promete nada, salvo cumplir con sus manos, que podrían despertar al más dormido, su parte en
ese inolvidable rato de disfrute recíproco, en el cual ella nos guía por ese deslumbrante
laberinto que es su cuerpo, del que salimos exhaustos pero felices. Pero como
nosotros no prestamos atención, y nos gusta tanto imaginar paisajes de cine de
barrio, nos enamoramos. Todo está en nuestras cabezas, por supuesto, porque ella,
repito, jamás promete otra cosa
que hacernos tocar el cielo con cada una de sus caricias. Conclusión: huye de nosotros, y no volvemos a verla. Por cierto, suele ser muy buena persona. No
apta para hombres sin terminar.
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