La figura política extrema de Hugo Chávez me hace pensar en lo nefasto
que son para una sociedad los políticos mesiánicos (independientemente de sus
logros materiales conseguidos gracias al petróleo) porque envenenan la
política, que es una tarea terrenal y cotidiana, con la disparatada creencia de que un hombre
ha sido llamado por Dios para salvar a la patria de sus múltiples enemigos. La
creencia en esta llamada de Dios convierte al pueblo en un ente servil que se
limita a jalear al elegido. Un espectáculo inmoral, que proporciona las esperpénticas
escenas que todos conocemos. Cuánto ha tenido que sonreír Chávez para sus
adentros al ver cómo se festejaban sus tonterías megalómanas. Y qué poderoso ha tenido que sentirse.
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