viernes, 14 de junio de 2013


Ayer terminó el curso en la Botica del Libro, asociación en la colaboro como voluntario. Las madres de los chiquillos a los que hemos ayudamos en sus tareas escolares durante todo el año nos dieron las gracias: “nuestros hijos han aprobado el curso gracias a vuestro apoyo”. Me he sentido muy orgulloso de nuestra labor. Hemos ayudado a pasar el curso, adquiriendo conocimientos, a niños cuyos padres atraviesan ese infierno que es el desempleo teniendo familia que mantener. La madre de uno de los niños, autista, me dice, emocionada: “cuando mi hijo llegó aquí apenas si hablaba cuatro palabras seguidas, y eso en familia. Ahora, es un niño que se relaciona con absoluta normalidad con otros niños. Estoy en deuda con vosotros, Ginés”. “Ahora, le digo, espero veros por el cine de verano que estamos organizando”. Al llegar a mi casa, he pensado en la evolución de Lucas, el niño autista boliviano, y he llorado un rato. Pura alegría. No soy de lágrima fácil, pero tampoco soy de piedra, ni pretendo serlo. 

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