Estoy sentado en un banco del puerto, leyendo el tercer caso del
teniente Mario Conde, Máscaras, del excelente escritor cubano Leonardo Padura.
Si dejo de leer y miro hacia la bocana, me deleito con las evoluciones de la
escuela infantil de vela latina. Marchan en fila, dejando una levísima estela
en el mar… El hombre, sin memoria, no es más que un pelele a merced del viento,
una estúpida marioneta en manos de políticos golfos y demás vendedores de humo.
Los alumnos de la escuela de vela latina mantienen viva la memoria de mi
tierra, la memoria del Mediterráneo, que algunos intentan sepultar bajo un
gigantesco MacDonald´s…Por ello me emociona comprobar cómo estos chiquillos, y
chiquillas, continúan una tradición verdadera, imprescindible, civilizada en el
más alto sentido de la palabra. El hombre y el mar en una comunión legendaria.
Amén.
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