El Senado de Brasil ha decidido calificar la corrupción política de “crimen
hediondo”. La calificación es acertadísima, porque, efectivamente, estamos ante
un crimen que mata el presente y el futuro de la mayoría de los habitantes de la
nación en donde el monstruo de la corrupción política afianza sus tentáculos
despiadados e insaciables. Y, ciertamente, es un crimen que despide un hedor
insoportable. Hedionda resulta la chulería de Bárcenas ante el juez Ruz durante
meses (ayer, bastante menos), hedionda la bravuconería de Juan lanzas, hediondas
las palabras de Díaz Ferrán, hediondos los trabalenguas de María Dolores de Cospedal,
o los trabalenguas de Montoro (la política gubernamental española es un
continuo trabalenguas apestoso), o el hedor cadavérico que despiden las
estúpidas contestaciones de nuestro querido presidente Mariano, “no entiendo mi
letra”, Rajoy.
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