miércoles, 5 de junio de 2013


El trabajo sin rechistar. El trabajo a cambio de una palmadita en la espalda: “buen chico”. El trabajo sin horizontes de futuro habitables. Esclavitud recogida en el BOE. El trabajo hasta reventar en un charco de sangre. El miedo permanente a un arrebato del amo, porque bastará con un arrebato para justificar la patada en el culo. Marionetas laborales al borde del precipicio. El trabajo realizado a golpe de histérica, despótica, corneta. El trabajo indigno para un ocio más indigno aún. El miedo otra vez. El miedo siempre. El miedo que se transmite como la peor de las pestes. En la palestra padres e hijos, madres e hijas, padres e hijas, madres e hijos, hermanos compitiendo como bestias por un pedazo de pan precongelado. El hombre es una tecla que alguien pulsa con guantes de látex. Pueblo obediente. 

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