¡Ah!, el momento en que descubres que uno de tus clásicos (cada uno
tiene los suyos) detestaba, o detesta (hay
clásicos vivos), el mismo libro “imprescindible” que tú detestabas secretamente
hasta ese mismo instante, instante liberador, indudablemente. Y a partir de ese
momento, te desahogas a gusto contra ese libro “que los listos consideran lectura
obligada. ¡Pues no señor! Porque como dice el grandísimo escritor (pon el
nombre que creas conveniente), se trata de un mamotreto sobrevalorado e
indigerible, un auténtico coñazo”. Y en este plan.
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