Cuando el olvido no puede con la memoria, interviene el orgullo, que se
obstina en negar lo ocurrido: “¿Que yo hice eso? ¿Que yo permití que semejante
mamarracho me despreciara en público? ¿Que yo bebí los vientos por esa golfa de ensueño? ¡En
absoluto!”. Y la memoria examina al chuleta desde los pies de barro hasta la
cabeza vacía, y sonríe…
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