Las bolsas de ciertas grandes superficies comerciales contienen un
campo gravitatorio que, en mi caso, atrae libros, libros, libros… Y cuando ya
estás en la calle, te acuerdas de que no has pasado por caja, pero sigues
caminando. “Bueno, ya vendré mañana a pagar, si eso, que se me escapa el bus”. Por
cierto, una fuente muy fiable me ha asegurado que en su caso, no sólo atrae libros, sino también ropa monísima.
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