Cojo una hamaca y me salgo a la calle (a mi puerta, que decimos aquí) a
leer un rato a Ángel González. Cuando siento ganas de hacer algo que sólo yo
puedo hacer por mí, dejo el libro en la hamaca y entro en casa cagando leches
(siempre apuro demasiado). Mi madre, preocupada e ingenua, me dice: “Ginés, ten
cuidado. A ver si te quitan el libro”. Yo la tranquilizo: “Si me quitan el libro,
busco al ladrón, o ladrona, y me hago su amigo”.
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