viernes, 30 de agosto de 2013

Cuando alguien sostiene que la quema de esos trapos simbólicos llamados banderas es un asunto banal y anecdótico, olvida que el objetivo último de quien quema una bandera es quemar a quienes la enarbolan, y lo haría si no le costara acabar en prisión. Cuando el exaltado pierde ese temor a acabar entre rejas (tantas veces a lo largo de la Historia), la supuesta anécdota acaba en episodio sangriento.

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