LA ISLA
Era pequeña, regordeta y con voz meliflua. Su cometido consistía en atender
por teléfono los pedidos en una pequeña empresa de comidas preparadas para
llevar. Cuando no tenía nada que hacer, dibujaba idílicos paisajes en su
agenda. Una mañana, su jefe la llamó para consultarle un dato sobre un pedido
reciente, pero no obtuvo respuesta. Refunfuñando, se levantó y fue a buscarla a
su puesto de trabajo. Donde debía estar la telefonista había una isla con exuberante
vegetación.
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