sábado, 31 de agosto de 2013

LA MERIENDA

Nos gustaban mucho unos bollos rellenos de crema que vendían en un supermercado del barrio. Sabíamos que eran carísimos: un gasto imposible de asumir por el poder adquisitivo de nuestras familias (aún no conocíamos esta terminología económica). Entonces, distraíamos al empleado y cogíamos (expropiábamos, que diría Diego Cañamero) unos cuantos bollos para merendar. Jamás se lo dijimos a nuestras madres, porque nosotros éramos conscientes de que estábamos haciendo algo malo: robar (aún no sabíamos que aquello no era robar, sino hurtar, porque nos llevábamos los bollos sin que el empleado pardillo sufriera en sus carnes nuestra ira), aunque no teníamos el más mínimo sentimiento de culpa. Es más, la adrenalina que segregaban nuestros pequeños cuerpos durante el hurto daba un sabor especial a nuestra ansiada merienda. Alguien dirá que esos bollos no son necesarios en la dieta de un niño. Claro que no, pero nosotros lo veíamos de otra forma: ¿por qué esos niños sí pueden merendar un bollos tan deliciosos, y nosotros, no? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario