El insufrible personajillo (¡ay, tan cercano!) que tiene la violenta
costumbre de ir por la vida diciendo a los demás cómo deben comportarse parte de
la base de que él ya ha llegado a la perfección, y desde su impecable atalaya
de la virtud y la pureza, enmienda la plana a todo lo que se mueve. Con este impresentable es inútil debatir, pues
no se puede debatir con alguien que nos mira por encima del hombro; es más, en
no pocas ocasiones, te obliga a ponerlo en su sitio con una buena dosis de terminante indiferencia.
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