sábado, 31 de agosto de 2013

Me ponen los pelos de punta todos aquellos que se erigen en portavoces del Pueblo, de la Patria, de la Historia, y demás palabras extremas y sangrientas. Ayer volví a escuchar las pomposas declaraciones de uno de estos iluminados, cadáver mal enterrado: “el Pueblo quiere tal cosa y tal otra, el enemigo del Pueblo no es otro que fulano…” Solo le faltó decir: “El Pueblo soy YO, cojones. Y no hay más que hablar”. Y yo me pregunto: Cuando usted emplea la palabra Pueblo, ¿a quién se refiere exactamente? ¿El sindicato que usted representa es todo el Pueblo? ¿Quiénes y cuándo lo han nombrado portavoz de todo el Pueblo, o de la mayoría, al menos? ¿Incluye su concepto de Pueblo a los que no piensan como usted? ¿Si yo no lo reconozco a usted como portavoz mío, dejo de pertenecer al Pueblo? Esta cuestión está muy clara para mí: independientemente de lo que vendan estos redentores, me repelen. Yo creo en una política resolutiva, cotidiana y honrada; una política sin expertos en mandar, sin trapecistas del cargo público, ni mesías golfos que proclamen a los cuatro vientos: “yo sé lo que vosotros queréis, yo sé lo que necesitáis: confiadme vuestras vidas…”. Yo creo en una política construida desde la calle hacia el Parlamento, no al revés, donde no tengan cabida los furiosos e infalibles profetas salvadores.

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