En la vida las verdades siempre llegan cojeando. Hay que tener paciencia;
sobre todo con las precarias verdades provenientes del amor. Dar prioridad a lo
que la gente hace frente a lo que gente dice es uno de los principios rectores de
la escuela de guerra de la vida; luego toca aguantar las pequeñas o grandes decepciones
con la necesaria dosis de estoicismo; sepultar al mentiroso, o mentirosa, en la
tumba del implacable olvido; y
continuar caminando alegremente, libre de rencor, y, a ser posible, acompañado
de personas de fiar.
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